
Una madrugada de fin de verano. Mientras cumplimos con nuestra misión encomendada, la de la prevención de la delincuencia, somos requeridos por el empleado de un establecimiento, que presa del pánico, nos manifiesta a gritos que dos personas armadas acaban de amenazarle, estando esos dos sujetos presentes en aquel lugar, tratando de abandonar la escena a toda prisa. Desde aquel momento, nuestros cerebros se pusieron en modo automático y descendimos del coche a toda prisa, ya con el arma desenfundada y con la boca de fuego apuntando a un lugar seguro.
El silencio nocturno se rompió con nuestros gritos de ¡ALTO POLICÍA! y ¡CONTRA LA PARED, ARRIBA LAS MANOS! A pesar de que son momentos delicados en los que se debería ser extremadamente juicioso, el estrés engendrado de la posibilidad de un enfrentamiento a vida o muerte hizo entrar nuestros cerebros en modo automático y actuar por puro instinto. Es más, se me hace difícil recordar con exactitud lo que paso exactamente durante esos instantes. Los supuestos agresores cumplían vagamente nuestras órdenes, pero no mostraban sus manos ni se colocaban en una posición segura. Recuerdo ver a mi compañero por el rabillo del ojo, agarrando la corredera de su pistola preparándose para tirar de ella y montar así su arma, manipulación que la dejaría en simple acción, lo que junto al estrés prepara la situación perfecta para una descarga involuntaria. Finalmente, aquellas personas depusieron su actitud y fueron finalmente controladas sin tener que efectuar ningún disparo.
Analizando la intervención a posteriori, uno reflexiona sobre lo diferentes que eran esos individuos respecto a las siluetas de papel de la galería de tiro. Aquellos se movían, sudaban, y sobretodo, podían matarnos a nosotros. Desde luego una intervención real no tiene nada que ver con los divertidos recorridos de tiro deportivo que solemos practicar en la galería. Pero pese a todo, una vez hecha la auto-critica, parte fundamental de cualquier intervención, nos surgen las preguntas verdaderamente importantes. Si esos malnacidos nos hubieran esperado pistola en mano, prestos para el disparo, ¿Habría dado tiempo a montar el arma, o a poner en reposo el seguro de aleta? ¿Habríamos conservado las habilidades motores finas necesarias para hacerlo? ¿Y para extraer el arma de una complicada funda anti-hurto con dos o más sistemas de retención?
En mi caso, de aquel día, me quedo con el orgullo de lo resueltamente que actuamos mis dos compañeros y yo, pese a lo infrecuentes, por suerte, de este tipo de intervenciones. Un saludo
Si no queda otra opción lo mejor es lo que comentas, es una situación en la que todo pasa muy rápido y siempre vale prevenir poder salvar una vida a intentar resolver la situación de manera pacífica, enhorabuena por todo el trabajo que hacéis
ResponderEliminarA título particular, muchas gracias por tu reconocimiento. Un saludo
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